Un río de nada en el que nadie puede nadar
El río, la nueva película de
Juan Pablo Richter se estrenó el 2 de agosto en todo el país. Es una obra que
por su temática me hizo recordar dos hermosos cuentos: Nadar de noche de Juan Forn y Proteo,cazador de Sebastián Antezana. En ambos cuentos y en la película, los
protagonistas tienen relaciones conflictivas con sus padres, mediadas por la
masculinidad tóxica, el machismo en su máxima expresión. En ambos cuentos,
tanto como en la película, vemos a hijos que tratan de entender y asimilar
estas relaciones llenas de violencia, escritas en el código de lo macho.
En
El río y en Proteo, cazador, los padres enseñan el poder matando animales. En El río y en Nadar de noche, el agua es la clave, el detonador existencial de
todo.
El
agua es, por excelencia, un gran conductor. El agua es también el elemento básico
de la vida; es propiciadora, al mismo tiempo que lava, también puede ensuciar y
así como da vida, también puede matar.
(Las
horas que pasamos en el agua, ¿en qué nos transforman?)
En
la película de Richter son las imágenes del río Mamoré las que nos indicarán
hacia dónde irá la historia. Son las cámaras en la espalda de los personajes las
que nos harán sentir que la narración ocurre justo frente a nosotros y que no
la podemos ignorar porque estamos dentro. Los diálogos cortos, por otro lado, a
la vez que nos dan la información necesaria, nos dejan espacio y libertad para
ser parte activa de la trama.
Probablemente
El río funcione como una especie de
espejo de Narciso. Nos incomoda observar lo que pasa porque es lo que está ahí,
metido, incrustado entre la piel y los huesos. Las cosas que nos enfada ver,
son las que más nos interpelan. A unos porque son ellos mismos y a otros
porque no ven ningún cambio en aquello que les molesta tanto. Pero esta
película es un retrato también, uno que siempre estuvo en la mesita de noche de
Richter, por lo tanto conoce muy bien y ahora nos lo muestra en clave de
cuestionamiento. Este director tiene una manera particular de ver las cosas
(como todos), pero lo interesante es cómo quiere que las veamos sus
espectadores, y más aún, cómo lo logra sin forzarnos.
Hace unas semanas escribí un texto sobre la violencia como patrimonio masculino basada en la teoría de Rita Segato, quien habla de la “pedagogía de la crueldad” que es masculina y deshumaniza al cuerpo de las mujeres al darle estatus de cosa que se consume y se usa; ella también dice que la violencia machista no es de orden sexual, sino exhibicionista, su razón de ser es la mirada y aprobación de otros varones. Hay un mandato masculino y una cualidad enunciativa de la violencia. Violentan para hacerse y mantenerse miembros de la fratría. Así, ni más ni menos, en El río, esa fraternidad es la educación, es el paso del mandato del padre al hijo, de una manera tan natural, que fluye como si fuera parte del escenario amazónico.
En
El río se ejerce el poder matando. Y
sí, son los padres los que enseñan a matar a los hijos, es la fotografía de esa
socialización masculina de la violencia, un ritual reservado solo para ellos.
La película nos lo muestra en las peleas, en los golpes, en las actitudes, en
la caza. ¿Y qué se hace frente a esa violencia? Se la mira y no se hace nada,
salvo absorberla. El lenguaje también forma parte de este paso generacional de
información machista. Las palabras como jefe, puta, padre, obediencia. O las construcciones
como “¿Tu abuela te vendió?”, “Me dijo que la tengo más grande que vos.”, “Dices
algo y te mato”.
En
El río, Sebastián le dice a Julieta: “Vámonos”
(quiere salvarla), pero en esta película no hay héroes porque está todo
contaminado, está todo mojado; entonces, ¿en forma de qué viene la liberación
para una mujer?, ¿en forma de río?, ¿de agua?
En
Nadar de noche, el agua es la
metáfora de la vida y de la muerte; en El
río, también (“¿Y si intentas nadar”?). En Proteo, cazador, el hijo hace un intento de patricidio; mientras
que en El río, el machismo vive más
allá del padre.
Sin embargo, aun cuando muestra todo lo que muestra, yo no diría que El río es una película feminista, pero en ella veo todo lo que el feminismo necesita que un hombre (el director y guionista) haga: que se cuestione la realidad, su propia realidad.
Paola R. Senseve T.
Texto originalmente publicado en La Razón y en la revista Cinemascine
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