Planeta melancolía. Acercamientos a la profundidad de una (Tierra fresca de su) tumba.
Paola R. Senseve T.
En el libro de cuentos Tierra fresca de su tumba,
Giovanna Rivero le asigna a sus manos de cavadora implacable la tarea de crear
un universo de lenguaje donde la voz la narrativa está diciendo todo el tiempo
cosas terribles en un estado de anestesia, casi en cámara lenta, como bajo la
influencia del sopor de un día cálido que espesa la atmósfera o como si la
gravedad fuera un acontecimiento en diferido.
El lenguaje, la palabra, el contar, el hablar, el
escribir y el poder de decir o no, de una u otra manera, levitan por encima de
las historias de este libro; lo cual me hace pensar en Mircea Cărtărescu cuando se refiere a la literatura
verdadera como la que habla del ser humano, pero también de la propia
literatura. Así, Rivero potencia el poder del lenguaje y la literatura misma,
por dentro y fuera de las acciones, de los personajes e incluso de ella misma.
La boca nos sirve para hablar, para rezar, para
cantar, para contar que nos violaron, para relatar la historia de nuestras
migraciones, para develar secretos o lanzar verdades obvias largamente
ignoradas. Pero la boca, esa parte del cuerpo por la cual se vacía el lenguaje,
también es fundamental para vivir y comer. Y para Giovanna, ambas funciones se
fusionan hasta parecer indivisibles; en “Piel de asno”, por ejemplo, la
personaje que cuenta su historia, salva su vida gracias al canto y al mismo
tiempo, odia su boca porque piensa que es horrible; en “Pez, tortuga, buitre” una
madre alimenta a un extraño a cambio de la verdad en forma de historia. Capas y
más capas.
Las personajes principales de estos cuentos son
extranjeras, aquí o allá, ellas no viven donde nacieron, no nacieron donde
viven. Están suspendidas en una especie de tránsito que da prueba de los desplazamientos
territoriales que complejizan sus situaciones en todos los niveles,
especialmente en el terreno del lenguaje. Pienso que esa extranjería descrita
en Tierra fresca no es accidental, vacacional, ni completamente
voluntaria y que la necesidad de la autora por narrarla responde al eco de un
mundo colapsado en el sistema absurdo de fronteras y capitalismo. Así pues,
Giovanna clava su mágico ojo de halcón en ciertas particularidades dentro de
los temas políticos álgidos y fundamentales que muchas veces tratamos de evitar
a toda costa. Y no se confundan, la autora no nos dice qué pensar, pero nos
seduce, como el diablo, con el lenguaje, llevándonos de la mano por el camino
hacia la toma de decisiones.
Y en esa alteración de cursos que provoca el
desplazamiento territorial, las tensiones en las relaciones de personajes con
distintas culturas y orígenes, explotan en miles de fueguitos que nos alumbran
ese camino de la lectura; pienso así, en el caso del indio y el menonita de “La
mansedumbre”; tan extraños, tan distintos, y a la vez, tan unidos en la
humanidad de un acontecimiento.
A lo largo de los seis cuentos, puedo identificar cómo
algunas palabras se repiten con la constancia de la gota, creando efectos más característicos
de la fidelidad al tono narrativo en el que se empeña Giovanna, que a los
sucesos. Esto es propio de la poesía, cuya única función es refundar con las
palabras, una y otra vez, el mundo. Una cualidad que en Rivero corresponde a la
importancia de hacernos sentir que estamos dentro, que cada historia es un adentro;
espacios narrativos como países de fronteras difusas (¡por fin!).
He llegado a imaginar la estructura de Tierra
fresca de su tumba como una especie de nodo del que crecen raíces que se
entretejen mientras avanzan entre la tierra con tozudez, dulzura y con el
código genético de las flores que se vincula íntimamente con los otros
elementos. Una escritura poética de recovecos, pequeños detalles, sorpresas
bien escondidas, que junto a las intenciones y los personajes complejísimos (profundamente
humanos y animalescos), configuran un manto compacto que sería impenetrable si
no estuviera hecho de transparencias que permiten el paso de la luz y solo la
luz. La luz bajo la tierra.
También, en todos los cuentos, es posible leer
elementos o metáforas que le sirven como bisagras a la autora; así, por
ejemplo, el factor religión actúa en las personajes como una barrera
obligatoria, quizá un manual social primigenio. En “La mansedumbre” el diablo
está asociado al lenguaje, de igual manera que a la seducción o a lo sexual, el
diablo es el violador y el diablo es Dios también. En “Pez, tortuga, buitre”,
el fuego del infierno es el agua del mar. En “Piel de asno”, hablar, contar o
no contar, cantar y sobrevivir, son cosas vitales determinadas por el contexto
de una iglesia. En “Hermano ciervo”, el último párrafo nos muestra una relación
directa entre religión y lenguaje, ambos quizá, ¿inseparables de la muerte? Tal
vez Giovanna nos quiere decir que los humanos nos hemos inventando la religión,
también, con la excusa de explicar la muerte.
En Tierra fresca de su tumba lo animal es
humano y viceversa. En estas historias la otra es un animal. La otra es un
espejo de ti, de tus miedos. La otra es el hermano Klassen, un violador. La
otra son las colegialas despreocupadas con uniformes blancos y risas que Elise
envidia. La otra es la tía loca que no nos deja olvidar la verdad. La otra es
el indio, la diferencia. La otra es una madre a punto de cometer un asesinato
que nadie podrá juzgar. Colisionan entonces dentro de una burbuja las formas de
ver y habitar el mundo. Porque, ¿acaso no somos todos extranjeros una cuadra
más allá de nuestro barrio?, ¿acaso no somos todos extranjeros para una otra
asustada?
Mientras escribo este texto sobre el libro, artefacto
de duelo, de Giovanna, el cementerio que cargo en mi corazón (“Cargan cementerios completos en sus corazones”)
abrió espacio para alguien más y entonces la muerte, que es una constante en la
vida y en Tierra fresca me recuerda que una es del lugar donde están
enterrados sus muertos: ¿así también definimos la extranjería?, ¿midiendo la fuerza
que nuestros dedos tienen para aferrarse a la tierra fresca hasta meterla en las
uñas y provocar sangre?
Que leer nos sirve para esto. Que esto es entendernos,
al menos, un poco. Y que las escritoras que hacen esto, son las que no se
olvidan. Justamente. Las que logran combinar las palabras de tal manera que el
corazón, ese músculo obsoleto, se contrae por la memoria, por la novedad, por
el descubrimiento de la belleza en las cosas más comunes o absurdas. Cuando
absolutamente todas las escritoras escribimos sobre la muerte, dónde pone el
ojo-halcón Rivero, dónde mira, dónde duele, es lo que la diferencia y la sitúa
en otro lugar, uno al que otras solamente podemos soñar con llegar.
En el Planeta melancolía que es este libro, y que es
el lugar donde Giovanna Rivero nació, vive y produce, todo tiene una razón de
ser, toda nimiedad debe desencadenarse, desplegarse en cosas más importantes,
como los tejidos, que sin el punto previo y sin perseverancia, no llegan a
formar el todo. Esta, ESTA, es esa escritora que se ocupa y se preocupa con
dedicación por crear formas, como el origami, pieza sutil e importante de
“Cuando llueve parece humano”, cuyos pliegues son incomprensibles para quien
repite de memoria los pasos y movimientos y no entiende cómo es que alguien,
antes, ideó la mecánica brutal del todo.
¿El origami es el lenguaje?
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