¿Democracia feminista?


A un par de meses de terminar el 2020, con las elecciones generales de Bolivia y de Estados Unidos en puerta, atravesando una emergencia sanitaria y social mundial, incendios forestales, crisis económicas, altísimas tasas de violencia contra las mujeres, crímenes de odio contra las poblaciones LGBTQ+ y más; creo que nos debemos al menos la sinceridad de admitir que las estructuras, tal como las hemos pensado, no están funcionando; que las bases de nuestras concepciones más queridas y las que pretendemos defender con más ahínco, pueden ser aquellas que más daño nos hacen.

 

Nos debemos reconsiderar los fundamentos sobre los cuales hemos construido nuestras sociedades machistas, racistas, discriminadoras y violentas, que no hacen otra cosa que seguir reproduciendo desigualdades.

 

Uno de esos conceptos es el de la democracia.

 

Cabe preguntarse: ¿por qué siempre estamos hablando de salvar la democracia, pero nunca de cambiarla?

El feminismo, forma de pensamiento, vida y política transversal a cada aspecto de la vida tiene la principal intención de eliminar las opresiones contra las mujeres, sí, pero también contra las diversidades en general sin descuidar que estas están sostenidas y entrelazadas por un sistema capitalista, racista y colonial. Una democracia que no contemple estas formas de opresión es todo lo contrario a sí misma.

 

¿Estoy planteando que pensar en la democracia en nuestros actuales sistemas es una falacia? Probablemente sí.

 

Repostular. Renombrar. Cambiar las reglas del juego. Mover la cancha.

                                                                                                         

Mover la cancha. Hablar de poder. Poder y democracia, ¿inseparables?

 

Para Foucault el poder no es uno solo, sino una red entrelazada de relaciones que, en suma, hacen posible la dominación de una clase social sobre otra, de un grupo sobre otro. Esas relaciones complejas de poder las puede ejercer el Estado, las iglesias, un médico, un padre de familia, un equipo de fútbol. Sin embargo, a pesar de su diversidad, esas relaciones logran organizarse en una especie de figura global que responde a parámetros estándares.

 

Así que, podemos analizar un deporte como el fútbol, por ejemplo, en el que se evidencian claramente falencias democráticas al ser un espacio cuyas relaciones de todo tipo, más aún las económicas, solo acentúan brechas discriminativas en pago, audiencia y más. Si en el mundo ya se practica el fútbol mixto, hombres y mujeres que construyen una relación deportiva desde sus diferencias y proximidades, ¿qué nos impide cambiar las reglas? Porque mientras sigamos haciendo estas divisiones competitivas por género, la gloria deportiva va a seguir siendo un monopolio masculino. Si sabemos que el jugador mejor pagado mide solo 1.70 y pesa 72 kg, bien podríamos estar hablando de una mujer y bien podrían competir.

 

¿Qué significa esto? Significa refundar el juego. Cambiar algunos estatutos para permitir el juego justo. Crear otros escenarios que puedan ampliar las posibilidades.

 

Por otro lado, Hannah Arendt dice que el poder no está en una sola persona, ni en el Estado; está en la legitimidad que le otorgan los otros. Por lo que vemos cada 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), cada 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la mujer) el poder está tomando de a poco las calles y es feminista. Estamos hablando de una potentísima fuerza política que apunta a tener directa incidencia en los gobiernos.

 

Silvia Federici, en cambio, afirma que el poder no es una cosa única, que está el poder con y el poder sobre y que, si hablamos de feminismo, siempre nos referimos a el poder como desarrollo de las capacidades colectivas, no el poder sobre las otras personas. Si el gran sujeto político de nuestros tiempos es el feminismo, como una masa gigante sin cabeza, ¿cuáles son los objetivos de este poder?

Sí, son varias las cosas que tenemos que desmontar. Nos lo debemos. Al menos para intentar otros métodos que sí funcionen, para detener el modelo salvaje que nos está reduciendo a cenizas, a cifras de muertas, de hambrientas.

El lenguaje, por ejemplo, es otro campo donde se puede aplicar el cambio de reglas que restituyen un reordenamiento relacional de poderes. Nombrar cosas que antes no existían: en español no podíamos decir presidenta, ahora sí. El español solo reconoce el masculino para el plural, desconociendo por completo a las mujeres y a las diversidades, es decir, negando su existencia.

Cuando los derechos de las mujeres todavía dependen de pequeños grupos conservadores que sostienen el poder, ¿podemos hablar de democracia? Cuando el aborto no es un derecho universal, ¿podemos hablar de democracia? Cuando votar sigue siendo un derecho por muchas variables sujeto a la clase, a la accesibilidad y la capacidad adquisitiva y a otros factores racistas, ¿podemos hablar de democracia? Cuando las mujeres que ejercen los más altos cargos gubernamentales tienden a masculinizarse (como Bachelet o Merkel), para sobrevivir al sistema, ¿podemos hablar de democracia? En Bolivia, dentro de nuestro sistema democrático hemos implementado la representación paritaria, pero esto no ha mostrado mejoras sustanciales de políticas públicas en favor a las mujeres, ¿podemos hablar de democracia? ¿Será democracia solo el mero hecho de ir a votar? ¿Podemos hablar de democracia cuando los candidatos son solo hombres blancos de clase alta?

Rita Segato dice: “Una democracia que no es pluralista será una dictadura de la mayoría”. Ella misma alega lo siguiente: "La única manera de reorientar la historia es desmontando el mandato de masculinidad". Mary Beard, nos cuenta cómo desde los primeros indicios literarios y artísticos la mujer es sistemáticamente silenciada, callada y privada de la palabra, especialmente y con mayor énfasis, de la pública. ¿Cómo podemos hablar de democracia si las mujeres públicas que se dedican a la política sufren acoso?

Nos lo debemos, sí, intentar desmontar la masculinidad violenta, el capitalismo salvaje, el racismo, el patriarcado; pero también la democracia que conocemos y que funciona bajo las lógicas de quienes ostentan las relaciones de poder rancias que no queremos cuestionar.

Yo creo que la salida es el feminismo. Repensar la democracia, desde el feminismo. Repensar el mundo, desde el feminismo.




Texto publicado originalmente en octubre del 2020, en Bolivian Express Magazine.

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