Texto sobre Iluminación, nuevo libro de cuentos de Sebastián Antezana



Todavía no tenía nombre

o Hay algo en este bosque que será nuestro o Como un pequeño sol, la felicidad o ¿Soy un monstruo o esto es ser una persona? o Despacito, una tarde cualquiera, como de paseo o Sintiéndome herida, poco interesante o Tristeza que a momentos se confunde con alivioLa tragedia no siempre tiene una dimensión heroica o De qué está hecha la revolución o Transformado en ciervo o El hijo es un ciudadano horizontal o Otra cosa es otra cosa o La cena será espléndida… Son trece nombres posibles, muy a lo Lispector, que en mi cabeza podrían apoderarse de Iluminación (título real), el nuevo libro de Sebastián Antezana, publicado por la Editorial El Cuervo.

Desde La toma del manuscrito (primera publicación, Premio Nacional de la Novela de Bolivia, Alfaguara, 2008), he leído  básicamente todo lo que Sebastián ha escrito, o en realidad lo que ha mostrado. Empezando por El amor según (segunda novela, Editorial El Cuervo, 2011), cuentos sueltos que han salido a la luz en páginas de la red y algunos poemas leídos en Facebook; hasta Iluminación, un breve libro de siete relatos, sobre los que me atrevo a escribir hoy, queriendo en primer lugar enfatizar sobre el trabajo de un autor de voz madura y pausada que ha tomado su tiempo y ha sabido desarrollarse a su propio ritmo en diez años. Sin duda, acompañando este proceso natural del crecimiento de un escritor, sus lectores también crecemos y por ende esa relación bidireccional se vuelve exigente. Tanto autor como lector nos convertimos en bichos, cuerpos amorfos difíciles de comprender y satisfacer.

Y es en Iluminación donde más he reconocido esa calidad de bicho/narrador/poeta en Sebastián. Un escritor de oficio, que piensa en el viaje que le puede proporcionar al lector. Es un profesional que juega, experimenta, y también confía en sus historias llenas de una imaginativa cuidadosa que posee la capacidad de movilizar cosas que ni sabías que tenías dentro.

Tengo muy mala memoria para todo, especialmente para lo que leo. Pero con el pasar de los años y la-auto aceptación impuesta decidí que eso no era realmente malo. Que aunque suelo olvidar casi todos los contenidos y formas, lo que me queda son las sensaciones. Solo recuerdo imágenes que me conmueven o me asustan por su capacidad de enfrentarme conmigo. Es decir, mi memoria es en esencia poética, como la narrativa de Sebastián. De sus primeros libros recuerdo una caja con fotografías, una intrincada trama con trajes de época; luego una alfombra con más fotografías (imágenes), el rostro de una mujer que no vi nunca, pero que recuerdo, porque tal vez la suya sea la cara de la ausencia. Y estoy segura que de Iluminación recordaré a un niño hombre tirado en el suelo, empuñando una escopeta frente a su padre, a dos hombres viejos echados en cama y tomados de la mano, a una mujer chupándole y abriéndole la herida sangrante a un tipo, la puerta entre abierta del dormitorio de una madre y otros guiños más que me quedarán rondando, por lo que calculo que será muchísimo tiempo.

Me imagino a Sebastián pasando horas tratando de armar frases, de encontrar la palabra adecuada que encaje justo. Sin embargo la poesía de estos cuentos no está solo en la edificación minuciosa de su lenguaje, en el entretejido de las palabras; sino en las construcciones o reinvenciones de grandes imaginarios como el amor, la vejez, la revolución, o lo animal.

De estos siete cuentos han nacido personajes retratados con una extraña naturalidad para lo que no es convencional. Retratos de vejez, de maternidad, de animalidad, que hacen mirar el mundo de otra manera. Descripciones de gente muy vulnerable, femenina, vieja, insegura, que se siente fea, poco interesante. Personajes que son fuertes no tanto por sus acciones, mas por su sola presencia en los relatos, como si fueran unos magníficos búhos que se te paran en frente y te miran muy de cerca sin parpadear. Personajes no sé si tristes pero torpes, que caen, tropiezan, hacen cosas que no quieren, se quedan solos, matan o no pueden matar y en vez de eso, aman.

En Iluminación la narrativa es tierna, tierna en todas sus acepciones, con capacidades maleables, suaves, jóvenes; como el detenimiento narrativo, recurso que Sebastián domina. Una especie de suspenso aletargado, de no saber a dónde te van a llevar las palabras sobrepuestas, la habilidad de descolocar al lector obsesivo y controlador que por una vez debe dejarse llevar y zarandear por el texto. Esa característica, de demorar el acto de contar, de sostenerlo agitando sin agitar “tratando de no quebrar ninguna rama ni de disturbar los grupos de hojas secas”, provocando el desespero de querer llegar a algún lugar del que no se tiene ni certeza ni conocimiento, un lugar que quizá no exista y que al mismo tiempo está  atravesado por las relaciones que son todo.

Sebastián dice que este libro, como toda escritura, está hecho de otras escrituras, pedazos mágicos de sus obsesiones, que como una construcción ultra consciente, toma los insumos y los transforma -¿quizá?- en la luz que lo traspasa todo a manera de catalizador natural de aquello invisible. La intertextualidad es también un ejercicio por medio del cual reconoces que no se trata de escribir algo nuevo, pero sí de moldear un universo individualizado con lo que tienes a mano.

Finalmente siete relatos nos sirven en bandeja de plata un constante cuestionamiento de los sentimientos -¿humanos?- que nos empuja a aceptar de una vez por todas que no existen claves o códigos descifrables. Pero, ¿de qué otra cosa se trata la poesía sino de esa búsqueda por nombrar lo imposible?

Cuando leo a este Sebastián, siento que escribe porque no tiene nada más que hacer en este mundo. Porque es su sitio, su espacio de comodidad e irónicamente de profunda incomodidad; algo que sucede con los verdaderos bichos/poetas. Así, en los cuentos de Iluminación lo que no se nombra, lo que no se entiende, es lo más importante. 




Este texto fue leído en la presentación de Iluminación en La Paz y se publicó en Página Siete: 






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