Escribir los ojos de la muerte. Un texto sobre un texto, un rezo, un canto. (Sobre Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, de Magela Baudoin)
Nunca antes había leído así a Magela Baudoin.
***
Comencé Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Plural, 2021) en un
día de sol, transitando el camino a ver el mar, sintiendo mucho calor, humedad
y un nudo que me oprimía el pecho. Venía de varias semanas sin poder abrir un
libro porque las cosas prácticas y terrenales de la vida, como mudarse de país,
conseguir una casa o inscribirse a un sistema nacional de impuestos, me tenían
alerta, sin poder dormir ni ocuparme de cosas verdaderamente importantes como leer.
*
Como quien toma una medicina que sabe que le hará bien, me obligué a entrar
a la primera historia de este libro: “Solo vuelo en tu caída”. Hasta ahora,
momento en que escribo estas líneas, no consigo entender qué es lo que hizo Magela
o cómo me golpeó con este cuento. Es cierto, acabo de dejar a mi familia y mis
hermanos son sencillamente lo más importante que tengo, pero aun racionalizando
aquello, no puedo identificar las gotas en la inconmensurable profundidad de su
océano. Qué inimaginable el dolor de perder a una hermana. Escribir la infancia
puede ser una trampa por su complejidad. Todas hemos sido niñas, pero, ¿recordamos
lo que es ser niñas?, ¿le prestamos verdadera atención a ese tesoro temporal
mientras ocurre o simplemente lo atravesamos con vergüenza e inocencia? No lo sé.
Qué difícil escribir como ha escrito Magela: con sangre, con médula de hueso, con
espesor.
*
Las imágenes de este libro se pegan en la retina como un paisaje
profundo y constante. Nunca había leído a Magela así, es cierto; pero mientras
leo/veo a una mujer que mete sus manos en la mierda de un gran animal,
recuerdo/veo a una niña que con los dedos se saca los mocos de sal y entonces
entiendo que esta escritura siempre tuvo la impronta de la amenaza abisal. Ahora
el ojo de una elefanta, su bestial capacidad de pasar días sin dormir mientras
está en libertad y la frase "escapando sobre todo de los hombres", me
hacen llorar y llorar y llorar y no puedo detenerme.
*
Nuevamente es de mañana. Estoy sentada en un sillón amarillo que me
gusta mucho, en una casa de gente que no conozco, quizá mañana no tenga dónde dormir,
pero bebo café y pienso en que no quiero nunca terminar de leer este libro. Me
siento muy cómoda aquí, aquí dentro del libro. Pienso también en Andrea Abreu que
declaró en una columna que para ella leer era lo más cercano a un ritual
religioso. Pues bueno, acá estoy yo, leyendo a Baudoin y supongo que, rezando extática,
bien cerquita de diosa, de sus ojos que son los ojos de la muerte. Entonces,
inevitablemente, pienso en los ojos de Magela. A veces, cuando leo, siento
miedo de estar haciéndolo mal, porque me concentro tanto en el encadenamiento
minucioso de las palabras y en la disección de las maniobras, que descuido un
poco el seguimiento de la historia, o viceversa; pero acá, en este acá de
Magela, no soy capaz de separar una de otra. La historia es el lenguaje y el
lenguaje es cada movimiento.
*
Gracias Magela por, entre otras tantas cosas, hacerme sentir que no
estoy tan mal.
*
"Pronto me olvidaré de todo, lo sé", leo en otro cuento… y qué
miedo da olvidar, ¿no, Magela? Para evitarlo, la cabeza elabora distintas estratagemas,
una de ellas es la capacidad de virar no solo al pasado, pero también al futuro,
a un adelante que no hemos vivido aún pero que está asociado a la memoria; como
dice uno de los epígrafes que dan inicio al libro, palabras de Lewis Carrol: “Es
un tipo de memoria muy pobre la que solo funciona hacia atrás.”. Y es interesante pensar que de esto
también están hechos los sueños, de la combinación de memoria, deseo,
proyección y lenguaje. Y, "por eso me apuro a escribir", dice Magela
en otro cuento, como ensayando esbozos de respuestas a las preguntas
monumentales que hay en el oficio de la escritura. Escribir es recordar. ¿Es? Sí,
pero con método, imaginativa, archivo, clasificación, orden (que puede ser
caótico); es decidir cómo, qué, cuándo y dónde guardar lo elegido y trabajado. Es
recordar cosas que no sucedieron o que se soñaron. Eso es escribir y Magela lo
sabe. Eso es hacer poesía y Magela lo sabe.
*
Voy leyendo imbuida en el silencio de esta calle y Vendrá la muerte y
tendrá tus ojos me hace reafirmar que la poesía es lo único esencial que
busco en la narrativa porque respondo a la necesidad de averiguar hasta dónde
puedo sentir y saber que mis músculos emocionales siguen vivos. Poetizar,
trabajar el lenguaje, es como descubrir nuevos sabores todo el tiempo. Poetizar
la narrativa es hacer una película (o más) solo con palabras. Solo con palabras
se puede lograr que se escuche la música, que se vean los colores, que se
sientan las texturas, que haga frío, que haya excitación, que se pueda oler y
tocar la sangre. Es todo eso; pero también es propiciar el entendimiento de que
el mundo no es solamente lo que tú vives y ves y que tu verdad, es solo eso: la
tuya y una de las tantas.
*
Reconocer las verdades diversas es una cuestión de voluntad política y aquí
está eso vibrando con constancia; su lectura nos sacude y nos hace abrir los
ojos, no solo a la muerte, sino, a varios matices de la vida misma.
*
"Quiere tomarse todo el sol en un día", escribe Magela en uno
de sus cuentos. Recuerdo cuando mi amada Emma Villazón hablaba tan
apasionadamente de torcer al lenguaje. Nunca lo olvidé y hasta ahora dedico,
aunque sea una pequeñísima parte de todos mis días, a internalizar lo que
quería decir. Leyendo a Magela entendí un poquito más, sobre esa escritura que
pone límites, ya bien minúsculos u oceánicos, donde entra todo, todo, todito. El
lenguaje es como un elefante blanco y salvaje que queremos domesticar y primero
hay que romper su espíritu y hacer que después nos mire de frente con su ojo
triste.
*
Cada uno de estos cuentos tiene narradoras distintas, algunas tímidas,
otras tremendamente osadas, que hablan sin contemplaciones haciendo caso omiso
de tantos debeser o noseestila de la literatura y creo han venido
a enseñarme cosas de la escritura y esta máxima religión. Gracias, Magela,
también, por presentarnos tan hermosos personajes: el papá que saluda hijito
lindo, la madre que usa labial rojo y besa el espejo, la niña que escribe
porque no puede hablar (esa niña somos todas), la asociación de esposas
engañadas que bloquean el tren… la Flora, oh, por diosas, la Flora.
*
Ah, el sonido de la melancolía (o de la H) sumado a la concatenación de
las palabras de Magela. Qué suavidad el contar desde ahí: "Más lindo en
quechua, ¿no ve?". Acá sigo llorando y llueve una tormenta con nombre de
hombre y yo siento que tiene razón ella, que todo debe sonar más lindo en
quechua, por ejemplo, el dolor de una madre que parió, que cría en quechua y
que es expulsada mil veces, pero vuelve siempre. Me pongo a pensar en este
último cuento, en cómo la Flora reza, porque tal vez hablarle a alguien que
sabes que está, pero nunca te responde, es como rezar o en última, como
escribir y todo me conmueve un toque más. "Un rezo, una invocación, un canto.”
*
“Cuantas veces puedes morir en un día” leo/rezo de nuevo. Y es que así
quedé yo, en el sitio de este accidente/libro, esperando que mi ajayu vuelva, llamándolo:
Paola, Paola, Paola.
*
Gracias, Magela, por tanta belleza. Gracias, por darme el primer libro
que leí/recé en esta ciudad inmensa, ajena, monstruosa y hacerme recuerdo que
de palabras está hecho el mundo: el tuyo, el mío y el de las otras.
Comentarios