La pedagogía del aborto
A principios del 2009 me llamaron a una entrevista de
trabajo que cambiaría mi vida de la manera en que solo pocos acontecimientos
logran. Ahora, más de diez años después, entiendo que era muy joven para esa tarea
y que cometí muchísimos errores, pero me consuelo pensando que quizá lo que me
faltaba de experiencia vital lo compensé con pasión. Durante dos periodos fui
la profesora de literatura de dos colegios muy distintos. Trabajé a diario con
adolescentes y niñas y niños. Ahora, más de diez años después, reconozco que
ese fue el trabajo más difícil que me tocó encarar.
Esos años en el aula reímos mucho, leímos lo que
pudimos, una vez lloré de enojo, dije malas palabras, grité, escondí algunos
libros de la biblioteca para obligarles a escoger lecturas diferentes, les hice
sacar una calculadora para que entendieran lo que significaba un salario
mínimo, les vendé los ojos para que pudieran escribir sus sensaciones, les hice
guardar silencio una semana entera para analizar los alcances de la
comunicación, me contaron sus secretos y los atesoré como a oro, pedí
disculpas, les puse música para trabajar, salté chapulines, entristecí
profundamente con sus tristezas, fui feliz siento testigo de sus historias de
amor, vi incontables dibujos de penes en todas las superficies posibles, taché
con rojo millones de errores ortográficos y les hablé incansablemente de
feminismo, aun cuando pensaban que no les estaba hablando de feminismo.
Aún más atrás en el tiempo, cuando yo era la estudianta,
mi profesora favorita era la de educación física. Era una mujer grande, reservada,
bastante solemne y muy agradable. Sentía que me quería de verdad. Sentía que
nos quería de verdad a todas. Una vez, mientras mis compañeras corrían
alrededor de la cancha en calentamiento, ella me dijo que yo era hermosa e
inteligente y que no tenía que dudar de mí misma. Ya no recuerdo el contexto de
semejante aseveración, pero quedó en mí. A ella no la voy a olvidar nunca por una infinidad
de motivos, pero principalmente por los esfuerzos sobrenaturales que hacía para
hablarnos de cosas de las que no podía hablarnos porque estábamos en un colegio
católico, de monjas, de señoritas only.
Cada año, la primera clase de educación física la dedicaba a conversar de
educación sexual, de chicos e higiene corporal. Lo hacía como si estuviera en
un campo minado, escogiendo bien cada palabra, cada expresión. Nunca un paso en
falso, nada fuera de las reglas, pero lo hacía.
Yo en cambio, cuando estuve del otro lado, rompí todas
las reglas que pude. Las que pude, repito. Excepto una, una muy importante. A
veces me colgaba mirando a mis estudiantas, cómo se sentaban, cómo se
maquillaban apoyadas en el pupitre, cómo coqueteaban, cómo reían, cómo
lloraban. A veces las imaginaba en el futuro, cuántas serían feministas,
cuántas madres, cuántas serían cosas que ni ellas mismas podrían haber presagiado.
A veces observaba sus vulnerabilidades y lo único que quería hacer era
abrazarlas con mis brazos y con mi feminismo. Ese feminismo que a mí me sigue
acunando.
Entonces sí, les hablé de feminismo, a ellas y a ellos
y a elles. Con cada movimiento, con cada mirada, con cada historia que salía de
mi boca. Pero no pude hacer una pedagogía del aborto, porque lo que no es
legal, no se puede enseñar en un aula, por más que pueda salvarles la vida un
día.
La profe de educación física a nosotras nos habló de
condones, mientras que las monjas nos decían que el único anticonceptivo aceptable
era el de la aspirina (sostener una aspirina entre las rodillas sin dejarla
caer jamás); es decir, no tener sexo. La profe de educación física nos habló de
sexo consentido, mientras las monjas nos mostraban unos videos de bebés
completamente formados que eran descuartizados con grandes cuchillos. Nos
mentían. Nos mentían para manipularnos con miedo y culpa; en cambio, la profe
de educación física no.
Sin embargo, pese al miedo y la culpa que era su
pedagogía particular, ni bien terminamos el colegio una de mis mejores amigas
se embarazó y ejerció su derecho a la decisión abortando. Fue mi primer
contacto con la realidad de esa palabra pecado, palabra prohibida. También
recuerdo que un par de años antes de eso una compañera simplemente desapareció.
Nunca más la volvimos a ver. Nunca nos explicaron, ni siquiera fue nombrada de
nuevo. Fue doloroso. Pero en realidad lo que pensábamos no le había pasado, no
la violaron, no la mataron. No había pasado lo peor. Se embarazó y no le
permitieron volver más al colegio, la convirtieron en una paria. Y se embarazó
porque resulta que sí se puede coger con una aspirina entre las rodillas. Ah, de
igual forma puedes contraer enfermedades de transmisión sexual con una aspirina
entre las rodillas. Y claro, también te pueden violar sin importar la aspirina.
Ahora, tantísimos años después, sé que nada de eso estuvo bien.
Cuánto me habría gustado poder
asegurarles a mis estudiantas que todo iba a estar bien con ellas, que iban a
encontrar en su camino feministas desconocidas o amigas que las acompañarían. Y
cuánto me habría gustado también rogarles que nunca olviden sus privilegios,
porque en el mundo el 8% de las mujeres mueren por realizarse abortos inseguros
1. Pero no, ellas no tendrían por qué ser un escalón más de las
horrorosas estadísticas que conocemos.
La pedagogía del aborto es también una
pedagogía de la conciencia social. Una de las más insoslayables pruebas de que
ser pobre y ser mujer es prácticamente un sinónimo de muerte. Cómo hubiera
amado enseñarles en el aula, ese espacio mágico, que frente al racismo, la
pobreza, las desigualdades y el machismo que nos impide vivir, podemos hacer
muchas cosas; una de ellas, votar desde la cruda conciencia de lo que significan
los privilegios.
La pedagogía del aborto es también la
pedagogía de los derechos inalienables sobre nuestros territorios soberanos,
nuestros cuerpos. Una pedagogía de la libertad que no es solo para mujeres
porque también desbarata el aparataje que sostiene la creencia de que la
identidad de los cuerpos y las preferencias sexuales no son derechos.
La pedagogía del aborto es también la
pedagogía de una maternidad menos tortuosa, menos perversa, porque se origina
en la idea radical de que lo más importante para convertirse en mamá, es
desearlo.
La pedagogía del aborto es también una
pedagogía anticapitalista en esencia. Porque no, no hay derecho a vender y
comprar todo. Porque la penalización del aborto es solo una excusa para que
médicos mantengan uno de sus tantos y grosos negocios de la muerte.
La pedagogía del aborto también es una
perfecta manera de enseñar esa historia que no está escrita por los hombres, de
encararla así para comprender de dónde venimos y de qué estamos hechas.
La pedagogía del aborto es también una
pedagogía del derecho, legal y constitucional. Que nos convierte en sujetas políticamente
activas, en donde nuestras decisiones y pensamientos tienen impactos directos
en la manera en la que vivimos.
Las leyes son la pedagogía oficial,
entonces, cómo enseñarles a nuestras niñas, adolescentes y mujeres que tienen
derecho a una vida sin violencia si en el papel está escrito que sus cuerpos
pertenecen a otros: al Estado, a los padres, a los novios, a sus violadores.
Cómo educar al Estado en que una mujer es una persona igual (en condiciones y
derechos) a un hombre si es que solo un hombre puede decidir sobre el rumbo de
su futuro y una mujer no. Cómo enseñarles a los hombres que las mujeres no se
matan, no se golpean, no se violan, si es que el Estado (otro macho) tiene la
potestad sobre sus cuerpos. Cómo educar a la policía para proteger a las
mujeres víctimas de violencias contra sus cuerpos si es que la policía misma
tiene que encarcelar a mujeres por salvar sus propios cuerpos de la violencia
de un embarazo no deseado.
Yo sabía que mis estudiantas podían ser
sexualmente activas. La profe de educación física también. Entre ella profe y
yo profe había muchas diferencias, sin duda. Pero estoy completamente segura de
que ambas sentíamos la necesidad de proteger a estas chicas que teníamos en
frente, que nos miraban con una honestidad brutal que solo se tiene a cortas
edades, desafiantes, ansiosas, sedientas del mundo. Protegerlas, decirles que
todo iba a estar bien, que el cuerpo no es un pecado ni un castigo. Que nadie,
nadie, absolutamente nadie puede tocarlas sin su permiso. Que nadie, nadie,
absolutamente nadie puede obligarlas a ser mamás. Que las niñas no deben ser
madres. Que las adolescentes no tienen por qué ser madres. Y sacarles el velo
del miedo de esos ojos. El peso milenario que cae sobre sus hombros desde que
les asignaron el color rosa al nacer.
La penalización del aborto no hace otra
cosa que negarnos la posibilidad de esa pedagogía amorosa de vida.
Yo fui la profe de literatura y hubiera
amado leer con mis estudiantas El occiso
de María Virginia Estenssoro y analizar ese hermoso texto que habla del aborto.
O leer Ni el útero abierto ni la boca
cerrada, de Mujeres Creando, porque de ellas yo aprendí feminismo y rebeldía,
de ellas que son altamente pedagógicas, que entienden la risa y el placer como herramientas
que hay que enseñar con urgencia.
A lo largo de mis años de feminista he producido
mucho sobre la necesidad de legalizar el aborto: columnas de opinión, ensayos, obras
de arte, cuentos, poemas. Pero no pude hacer lo que más habría servido, que es
pararme en el aula y hablar libremente, acompañar, ayudar a desaparecer el
miedo y la culpa.
La pedagogía del aborto
es una pedagogía de amor real.
Algunas de las que
fueron mis estudiantas ahora son las feministas más feroces y maravillosas que
conozco. Tengo sus miradas tatuadas en la retina.
Y si por cierto azar
algorítmico misterioso mi profe de educación física lee este texto sincero,
solo quiero que sepa que estoy bien, que soy feliz, que lucho por ser libre y
que cada día dudo menos de mí. A ella, mi agradecimiento infinito.
1.
Según datos del Fondo de Población de las Naciones
Unidas (UNFPA)
el ocho por ciento de las muertes de mujeres en el mundo se deben a los abortos
inseguros.
https://mundo.sputniknews.com/america-latina/201509281051860166/ https://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_de_Acci%C3%B3n_Global_por_un_aborto_legal_y_seguro#cite_note-:0-3
Paola
R. Senseve T.
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